El orgullo y deber de ser Judoka



Por:  Reynaldo Castro

El siguiente artículo fue escrito en el 1974 por Máximo Gómez Franco, presidente de la Federación Dominicana  de Judo y por considerarlo  de ser aplicable al kendo me permito con el permiso de él, y a su memoria reproducirlo a continuación. 



EL ORGULLO Y DEBER DE SER JUDOKA

No conozco un solo profesor de judo, entre todos los que he tenido el gusto de encontrar hasta ahora, que no esté orgulloso de serlo, y no refleje la hermosa satisfacción del deber cumplido.



En un tiempo en el que muchas personas abdican de sus responsabilidades y hasta de su dignidad, en el  que es de buen tono hacerse el resignado o el hastiado, el hombre dedicado al judo se enfrenta con las modas, con las extravagancias y con las añagazas.

El perpetua la humilde y noble tradición de los maestros de antaño, que no eran solamente educadores, sino también guías que se daban sin comprometerse, y del que cada uno se recordaba siempre en su larga marcha a través de la vida, como de un vigía hacia el que podía volverse para recuperar o encontrar su camino.

En el seno de una sociedad en estado de alarma, en la que el individuo desprecia al individuo, el es el apóstol de una fe que salva el ser, no al obligarlo en absoluto a principios personales sino ampliándole hasta toda una colectividad fundada en la observación de una regla y que le lleva naturalmente a merecer el respeto que pretende.

El profesor de judo que ve venir hacia el cada año más niños, a quien se hace cada día un poco mas de referencia para preservarlos de una tormenta en la que los adultos malbaratan alegremente su aptitud para la felicidad, asume en adelante una misión de la que es tiempo ya que se comprenda su importancia.

He podido ver en el espacio de unos segundos, en el recinto de un establecimiento parisiense, un contraste fulgurante entre salas de curso destrozadas por furiosos ciegos, y un dojo claro y limpio, silencioso, en el que profesor dirigía su lección con un simple sonar de dedos, la importancia capital y salvadora que puede revestir una enseñanza ampliada, generalizada sino obligatoria del judo.

Sean cuales fueren sus dificultades, sean cuales fueren y vengan de donde vinieren los ataques guerrilleros y las insinuaciones malévolas de que son muchas veces objeto de parte de esos pensadores o de esos falsos idealistas a los cuales debemos no poco de confusión y de desorden, los profesores de judo deben ser firme, porque nuestros niños tienen necesidad de ellos.